Alainet

Generalmente suelen prevalecer dos enfoques opuestos, casi dogmáticos, en el análisis de las realidades africanas, que son el afropesimismo crónico y el afrooptimismo de complacencia. Es preciso apartarse de estos paradigmas para caminar hacia el afrorrealismo o la afroresponsabilidad, consistente en explicar aquellas realidades, no a partir de sus efectos, sino de sus causas históricas y actuales, estructurales y coyunturales, externas e internas, al margen de las simplificaciones abusivas y fáciles.

En un mundo dominado por los prejuicios eurocéntricos, escribir algo positivo sobre África ─que se suele considerar como un país o algo homogéneo, y no como un continente─ significa que nadie lo va a leer. Es decir, existe un verdadero complot mediático contra África y los africanos colocados debajo de la jerarquía de las sociedades humanas.

El afropesimismo o el último avatar de la ideología racista

El afropesimismo, que se inspira en las tesis hegelianas del siglo XIX, se reactivó a comienzos de la década de los 60 con el diagnóstico negativo de René Dumont («afropesimismo matizado»), que dio la voz de alarma por el modelo de desarrollo y del Estado mimético o equivocado, adoptado por los países africanos, antes de tomar la forma del «afropesimismo cínico» o «el afrocatastrofismo», ilustrado por la «negrología» de Stephen Smith y el discurso de Nicolas Sarkozy en Dakar, en julio de 2007, en el que negaba a los africanos tener Historia y cultura por «seguir viviendo desde milenios según los ritmos de las estaciones y de la naturaleza».

El afropesimismo vigente es el último avatar del desprecio y/o arrogancia occidental hacia África y los africanos (por su razonamiento superficial y verdades a medias), atribuyendo la responsabilidad de los fracasos de África a los factores internos, con la duplicidad intelectual de los informes negativos sobre este continente de las organizaciones internacionales, ─sobre todo en la década de los 80, para justificar sus políticas de ajuste estructural─, y de los medios de comunicación a su servicio que, de este modo, contribuyen a la difusión de la idea del «desorden africano» y de la desesperación en cuanto al futuro del continente. Se insiste en la pobreza creciente, las hambrunas o las calamidades naturales, las migraciones de la miseria, las «guerras tribales y crueles», los golpes de Estado, los dictadores corruptos… Es decir, una larga lista de tragedias y de fracasos que viven los pueblos africanos. La idea subyacente es que los africanos son unos nulos e incapaces.

Raras veces se habla de acontecimientos felices o del dinamismo de los pueblos africanos o del «renacimiento africano». Tampoco se insiste, por ejemplo, en la responsabilidad en el «drama africano» de la carga de la deuda, de los desastres humanos y sociales generados por los programas de ajuste estructural (PAE), del saqueo de los recursos naturales y del acaparamiento de las tierras africanas por las multinacionales del Norte, o del fracaso de la ayuda al desarrollo. Es decir, las prácticas perversas que han convertido a África en un neto exportador de capitales.

Esta ideología resulta ser peligrosa, no sólo por su dimensión racista, sino también por ser asumida y reproducida por algunos intelectuales africanos, pensando adoptar con ello una actitud crítica, muy apreciada por sus mentores occidentales, hacia sus sociedades. Se trata de una crítica barata, a menudo superficial, por reproducir las críticas occidentales.

Desgraciadamente, según denuncia acertadamente Boris Diop, el problema con el público occidental en general, es disfrutar ver a los propios africanos denigrar a África. En la opinión de este autor, se ha acostumbrado a los llamados intelectuales africanos, interesados a atraerse los fondos por todos los medios o la simpatía del público europeo, a denigrar a sus propias sociedades, presentadas como atrasadas, opresivas y crueles. El objetivo es quedarse con la consciencia tranquila y responsabilizar a los africanos de sus problemas y desgracias.

La «afroderecha latinoamericana», según el término acertado de Jesús Chucho García, está reproduciendo el mismo discurso hacia África, para complacer a los dominadores, y conseguir más o menos los mismos objetivos. Esta corriente de la afrodescendencia, que ha bebido del eurocentrismo que le vende los verdugos, se niega a considerar a «África como la madre patria», por los supuestos fracasos que encarna este continente, junto a las humillaciones del pasado que ha sufrido, y que les avergüenzan, cayendo en la apología de los argumentos negativos difundidos sobre África por los medios y algunos círculos occidentales. Ha interiorizado la historia de los «vencedores» por conveniencia u oportunismo, convirtiéndose en detractora de la «autenticidad africana».

Dicho con otras palabras, la afroderecha ha caído en el eurocentrismo, bebiendo en la literatura negrófoba y aliándose con los peores responsables y culpables de crímenes contra la humanidad, o de sus propios ancestros. Por lo tanto, estamos ante unas víctimas más, y peor inconscientes. Esta actitud masoquista, de etnocolonización y autoflagelación, propia a los pueblos dominados, analizada en sus obras por Aimé Césaire, Frantz Fanon o Albert Memmi, se explica por la tendencia de algunos integrantes de estos colectivos a juzgarse no a partir de sus propias varas de medidas, sino de los criterios interiorizados de los dominadores.

En definitiva, siguiendo a Abiola Irele, el afropesimismo, en lugar de ser una verdadera preocupación de la situación y del futuro de África, es una visión cínica que permite a algunos intelectuales occidentales hacer de África su fondo de comercio y justificar su carrera en los programas de las instituciones encargadas de la gobernanza y desarrollo en África, insistiendo en una visión negativa y deformada del continente.

Deconstrucción de las bases de los planteamientos afropesimistas

«Los pueblos africanos carecen de Historia y cultura»

La supuesta desgracia permanente de los africanos se origina en la versión bíblica de la «maldición de Cam», hijo de Noé, de quien los negros serían descendientes («raza camítica»). Se trata de un invento o un discurso medieval de legitimación o justificación de la esclavitud de los negros, pues consistía en negar a los africanos la parte de humanidad, siendo el objetivo proporcionar la mano de obra necesitada por las minas y plantaciones del Nuevo Mundo.

En cuanto a la teoría de ausencia de Historia en el continente, fue elaborada por los colonizadores para justificar la colonización del continente o la «misión civilizadora». No tiene ningún fundamento. Está hoy ampliamente demostrado que la civilización faraónica negra fue la hija, y no la madre, de las civilizaciones africanas (ver los trabajos del profesor Cheikh Anta Diop). El antropólogo galo, Maurice Delafosse, demostró que hasta el siglo XV las sociedades africanas tenían el mismo nivel de desarrollo que sus equivalentes árabes y europeos (reino de Kongo, imperios de Ghana, Malí, Songhai, Kanem-Bornú, Benín, Monomotapa…). Tampoco se puede considerar que África fue una tabula rasa cultural antes de la llegada de los europeos. Prueba de ello es la persistencia de los valores culturales africanos en la santería cubana, el candomblé o la macumba brasileños y en la cultura latinoamericana en general.

Las revelaciones de los navegantes del siglo XV al siglo XVII ponen de manifiesto el hecho de que el África negra fue una tierra de brillantes civilizaciones bien estructuradas.

«África es un continente condenado al subdesarrollo y a la pobreza»

Se suele perder de vista que el subdesarrollo de África no es una fatalidad irreversible. Es el resultado de los mecanismos de explotación y agresión históricos, las injusticias internacionales institucionalizadas, junto a la mala gestión de los gobiernos poscoloniales propensos al neopatrimonialismo (clientelismo) y predadocracia. Es preciso subrayar aquí la responsabilidad de la educación recibida por las clases gobernantes africanas, criadas en la admiración de lo europeo y el desprecio de lo africano, y que René Dumont expresa en estos términos: «los dirigentes africanos son nuestros alumnos. Han sido formados en nuestras universidades, ejércitos y administraciones o en las universidades neocoloniales africanas. Han sido seducidos por nuestro modelo de vida y de desarrollo y les hemos enseñado como arruinar a África».

De todas maneras, es preciso relativizar el fracaso de África, que ha conseguido importantes avances en los aspectos de desarrollo humano, aniquilados por el ajuste estructural. Se confunde aquí el fracaso con la resistencia de los pueblos africanos al modelo económico y social dominante, colonial y occidental.

La afirmación de los desastres africanos contrasta con las realidades siguientes: la tasa promedia del crecimiento anual en torno al 5% en 2012-2013, resistiendo mejor África a la crisis que los países industrializados, del Oriente Medio y emergentes, y las rivalidades entre países como Estados Unidos, Inglaterra, Francia, China para conquistar los mercados africanos.

«Los conflictos africanos son étnicos y África no está preparada para la democracia»

Varios análisis, e incluso académicos, suelen atribuir las causas de los conflictos a los únicos y simplistas aspectos étnicos o «tribales». Los hechos han demostrado en la última década que este planteamiento es erróneo. Los conflictos como los de Sudán, Angola, Ruanda, Sierra Leona, Liberia, la RDC y Somalia han puesto de manifiesto los factores multiformes locales, nacionales, regionales e internacionales, en particular las luchas por el poder y los abusos del poder, la ruptura entre el Estado y la nación, junto a los intereses geopolíticos de las potencias externas y las multinacionales petroleras o mineras que, en su búsqueda de monopolio de la renta, apoyan a los gobiernos, a los movimientos de guerrilla o a ambos a la vez.

El argumento de falta de madurez de los africanos para la democracia, prevaleciente en muchos círculos políticos del Norte, tiene una clara connotación eurocentrista al identificar la democracia, e incluso el desarrollo, con la occidentalización. Los hechos no coinciden con este planteamiento. Está naciendo una nueva generación de dirigentes africanos más democráticos y respetuosos de derechos humanos.

Lo que ha fracasado en África no es el desarrollo o la democracia, que no son productos de importación o exportación, sino el mimetismo del modelo occidental, o la occidentalización. Ello ha de interpretarse como la resistencia de los africanos a los modelos impuestos desde el exterior.

Conclusión

Se trata ahora de rechazar cualquier forma de pensar a África y sus diásporas a partir de los demás o de la historia de los vencedores, de los que tienen el monopolio del discurso o de los medios de comunicación o información.

Apostamos por el afrocentrismo (abierto, y no cerrado) o la afrocentricidad, consistente en el sometimiento de las relaciones externas a la racionalidad interna, en dar prioridad a las exigencias del desarrollo interno fortaleciendo la capacidad de acción y actuación de los africanos. Con ello, África y sus diásporas saldrán de su exclusión internacional y tendrán un cierto control sobre su propio destino, actualmente en manos de los demás.

– Mbuyi Kabunda es profesor de Relaciones Internacionales y Estudios Africanos en el Instituto Internacional de Derechos Humanos (IIDH) de Estrasburgo y del Grupo de Estudios Africanos (GEA) de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Director del Observatorio de Estudios sobre la Realidad Social del África Subsahariana (FCA/UAM).

Artículo publicado en la Edición de junio (486) de la revista América Latina en Movimiento, titulada » Miradas del movimiento afrolatinoamericano»: http://alainet.org/publica/486.phtml

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