En Brasil es muy mal visto llegar a una fiesta con las manos vacías. Y como única jefa de Estado no africana presente en la celebración del 50º aniversario de la organización de integración continental, Dilma Rousseff no solo llevó a Addis Abeba palabras de amistad, sino también un regalo: la condonación de las deudas de doce países africanos, por un valor total de casi novecientos millones de dólares.
Esta suma supera el total recibido como asistencia oficial al desarrollo por Brasil, que se convierte así en un donante neto, sin dejar de ser, oficialmente, un país en desarrollo. El gesto no es solamente filantrópico, ya que como explicó Rousseff en conferencia de prensa «sin esta condonación no consigo tener relaciones con ellos, tanto desde el punto de vista de las inversiones, de financiar empresas brasileñas en los países africanos y de comercio con mayor valor agregado».
Cuando Lula da Silva comenzó a dedicar una buena parte de sus esfuerzos diplomáticos y de su tiempo personal a cultivar relaciones con los países del Sur, esa política fue vista como ideológica y poco pragmática por los medios empresariales brasileños. Pero en diez años el comercio entre Brasil y África se quintuplicó, pasando de 5,000 millones de dólares en 2002 a 26,000 millones en 2012. Casi la mitad de estas exportaciones son manufacturas, una proporción mucho más elevada que en el conjunto de las exportaciones brasileñas, donde los productos industriales, con más valor agregado que las materias primas agrícolas o minerales, representan solo un tercio del total.
En esos diez años, Brasil aumentó de diecisiete a treinta y siete sus embajadas en África y el banco brasileño de desarrollo BNDES comenzó a dar líneas de crédito, ya sea para la construcción de un aeropuerto en Mozambique o la instalación de sistemas de cobro electrónicos en los autobuses sudafricanos. La mayor parte de los créditos se concentran en Angola, donde la constructora brasileña Oderbrecht se ha vuelto el principal empleador del país, pero durante la visita de Rousseff se anunciaron créditos brasileños de mil millones de dólares para los ferrocarriles de Etiopía, el país anfitrión de la Unidad Africana.
La empresa estatal Petrobras y la minera Vale son los otros dos grandes inversores en África, a menudo compitiendo con firmas chinas para la exploración y explotación del subsuelo. Detrás de estos gigantes, decenas de empresas brasileñas medianas y pequeñas se establecen en el continente como proveedores o subcontratistas. La línea aérea brasileña de bajo costo Gol ha anunciado la próxima apertura de un vuelo directo entre Sao Paulo y Lagos, la mayor ciudad de Nigeria. Este vuelo demorará un par de horas menos que el trayecto directo a Miami.
Además de la vecindad geográfica, a uno y otro lado del Atlántico Sur, Brasil y África tienen una historia común que recién comienza a escribirse y un suelo y clima similares. La medicina tropical desarrollada por la Fundación Osvaldo Cruz da lugar a decenas de acuerdos de cooperación, entre ellos uno con Mozambique para producir localmente medicamentos genéricos contra el VIH-Sida. Por su parte, la agencia brasileña de investigación agropecuaria Embrapa está trabajando en la adaptación al Sahel de su experiencia en la aridez del cerrado. En particular, Brasil coopera con Benín, Burkina Faso, Chad y Malí en la mejora del algodón. En forma simultánea, en la Organización Mundial del Comercio hace frente con estos países contra los subsidios de Estados Unidos a sus propios cultivadores de algodón, que directamente perjudican a estos países (y a Brasil).
En el área de energía renovable, que Rousseff conoce de cerca, tras haber sido ministra del sector durante la presidencia de Lula, Brasil está promoviendo activamente sus tecnologías para obtener etanol a partir de biomasa, en particular la caña azucarera. En diversas ocasiones la presidenta brasileña ha comparado al etanol con la energía solar, promovida por los europeos, a la que considera «un crimen contra África» porque generaría dependencia tecnológica.
Mientras Rousseff brindaba con sus pares africanos por «nuestros amplios intereses comunes» y una cooperación Sur-Sur «que beneficia a ambas partes», el expresidente de Tanzania Benjamin Mkapa criticaba duramente los acuerdos comerciales que la Unión Europea está negociando con África. A su juicio, las propuestas actualmente sobre la mesa «impedirán que los países africanos se desarrollen, conducirán a la desindustrialización y detendrán los intentos de agregar valor a los bienes exportados, al negarles acceso a los mercados», mientras que los productos europeos se beneficiarían con rebajas de tarifas e impuestos.
La Unión Europea continúa siendo la principal fuente de asistencia a África, pero es a Brasil y China a quienes los gobiernos africanos perciben como «socios». En sentido inverso, la imagen de África subsahariana en el mundo desarrollado sigue siendo la de una región miserable, sumergida en la pobreza más absoluta. Los diplomáticos y empresarios brasileños, en cambio, ven economías que están creciendo a un ritmo de siete por ciento al año y un continente en el que once países ya tienen un ingreso per capita superior al de Bolivia